Llegué a Santo Tomás en el año 2009, agosto, casi por accidente, porque estaba en un proceso de transición laboral hacia una línea muy distinta, y Marcos Büchi, el actual director ejecutivo, me llamó de emergencia. Me dijo: “Mira, tengo un proyecto fantástico”. A pesar de estar considerando otras opciones, accedí a conversar y, a la semana, ya formaba parte de Santo Tomás.
Durante mi etapa universitaria, incursioné en la docencia, aunque por poco tiempo, ya que la vida profesional me absorbió rápidamente. La investigación no me inquietó mucho en ese momento, y fue aquí, en Santo Tomás, donde descubrí su importancia. Quedé sorprendido por el profesionalismo presente y una autoestima palpable en todas las áreas. Más allá de lo estrictamente racional, noté una pasión y un amor por lo que hacemos que trasciende lo evidente.
La institución posee un propósito descomunal, una autoestima basada en el sentido de su proyecto original. Esto nos ha permitido superar diversas etapas y desafíos, manteniendo la misión y los valores intactos. Personalmente, me encanta la idea de ofrecer oportunidades reales, de ser una organización que habilita a las personas para vivir sus vidas y alcanzar sus metas. Esta movilidad social, generada por Santo Tomás, sigue siendo nuestro principal impulsor.
Recuerdo con fascinación momentos en los que los estudiantes, luego de un mes de presencia en la institución, expresan que aquí son reconocidos como personas y no como números. Muchos de ellos han experimentado otras formas de educación superior y destacan que en Santo Tomás se sienten verdaderamente valorados, un milagro y una paradoja en una institución de nuestro tamaño.
Durante mi trayectoria en la institución ha sido testigo de su crecimiento constante. Llegué en 2009, cuando ya contábamos con la mayoría de las sedes actuales y cerca de 65,000 estudiantes. Observé cómo nos adaptamos y expandimos, manteniendo el espíritu y el orgullo en lo que hacemos. Sin embargo, también enfrentamos momentos de cuestionamiento externo que nos llevaron a una etapa de reflexión y adaptación.
La institución ha demostrado una capacidad única para mejorar continuamente, incluso en medio de desafíos y tensiones. A través de todas las transformaciones, hemos mantenido firme nuestro compromiso con la calidad y la humanidad en la educación. La implementación de la gratuidad y otros cambios regulatorios nos obligaron a adaptarnos y replantear estrategias, pero siempre preservando nuestra esencia.
Participar activamente en el proceso de ampliación del acceso a la educación superior en Chile ha sido uno de los roles destacados de Santo Tomás. Desde 2005, hemos estado comprometidos con este desafío, adaptándonos a las tendencias globales y evolucionando junto con la educación técnico-profesional.
La separación de las rectorías, con la creación de la Vicerrectoría Académica del IP y CFT, fue una transición cuidadosamente planificada. Esto nos permitió adaptarnos y mantener altos estándares académicos, resultando en una estructura más sólida y eficiente. A la luz de los resultados y considerando la experiencia de otras instituciones, considero que fue un acierto crucial.
Ha sido un viaje fascinante de adaptación, crecimiento constante y compromiso con nuestra misión. Aunque hemos atravesado momentos desafiantes, nuestra comunidad ha demostrado una capacidad única para evolucionar sin perder la esencia y los valores que nos caracterizan.