Al sumergirme en el proyecto de la Universidad Santo Tomás, encontré una fuente inagotable de motivación y significado. Desde el principio, el atractivo del proyecto residía no solo en la interesante propuesta académica, sino también en su impacto a nivel nacional. La distribución de la institución en distintas regiones de Chile y su dedicación a forjar una comunidad educativa eran aspectos que me llamaron poderosamente la atención.
Mi conexión con Santo Tomás va más allá de lo evidente. Tras haber estudiado ingeniería forestal en la Universidad de Chile y filosofía en la Pontificia Universidad Católica, encontré un eco profundo en la relación de Santo Tomás con Aristóteles. Durante mis estudios filosóficos, me apasionó la manera en que Santo Tomás asumió humildemente el pensamiento de Aristóteles, especialmente en temas fundamentales como la ética y la búsqueda de la felicidad. Esta conexión entre el tomismo y la formación humanista se tradujo en una resonancia evangélica que me pareció significativa y valiosa.
Cuando los acreditadores cuestionaron este enfoque durante el proceso de acreditación, opté por llevarlos a caminar y conversar con la gente. La impronta tomista y la formación humanista no se pueden cuantificar fácilmente, pero se perciben y sienten en las interacciones cotidianas. La confianza, la disciplina y el amor a la verdad, valores fundamentales de la institución, se refuerzan sistemáticamente, generando una calidad que puede sentirse más allá de las mediciones.
La expansión de la institución a nivel nacional fue un desafío ambicioso, pero también una hazaña. Atravesar el país de Arica a Punta Arenas en un solo acto fue una tarea titánica, pero demostró que Santo Tomás estaba listo para dar ese paso audaz. Esta expansión, aunque inicialmente parecía casi irresponsable, se llevó a cabo con éxito gracias a la infraestructura existente y a la calidad de los profesionales involucrados.
Mi participación en proyectos culturales y en la red Icusta fortaleció aún más mi conexión con la institución. Facilitar que los estudiantes experimentaran enriquecedoras oportunidades fuera del país y compartir esas experiencias al regresar contribuyó a fortalecer la comunidad. La institución, al ir ganando certificados y validaciones, fue ganando libertad para seguir sus proyectos, llegando al punto en que hoy se destaca con seguridad en lo que hace.
Personalmente, esta etapa fue enriquecedora y desafiante. La expansión me llevó a viajar por el mundo, estableciendo contactos con universidades de diversas partes. Más allá de lo profesional, valoro profundamente haber conocido el Chile auténtico, encarnado por los estudiantes que llegan a la universidad. Contribuir al crecimiento de muchos de ellos en este país ha sido una fuente de alegría, y anhelo que estas oportunidades puedan multiplicarse en el futuro. A pesar de las dificultades conocidas, sigo deseando que esta fuerza y dedicación puedan expandirse aún más.