Llegué a la Universidad de Santo Tomás en 1989, incluso antes de su inauguración oficial. En aquel entonces, estábamos en pleno proceso de definir los principios, el ideario y la misión de la universidad. Acompañaba al Gran Maestro Fernando Moreno Valencia, participando en las reuniones iniciales que buscaban establecer los propósitos y la filosofía que guiarían a la institución. Tuve el honor de impartir la primera clase en la Universidad de Santo Tomás el 2 de abril de 1990, marcando el inicio de diversas carreras. Fue una semana inicial de introducción al pensamiento de Santo Tomás, una semana que podría describirse como artesanal, dada la naturaleza de esos inicios.
Aquella primera clase se celebró en circunstancias particulares, ya que el edificio destinado para las clases aún no estaba listo. Nos vimos obligados a improvisar en un galpón prestado por el colegio de los padres franceses en la Alameda. Este galpón, estrecho y largo, albergaba a 450 alumnos que se sentaban en sillas de jardín infantil, mientras yo intentaba impartir conocimientos filosóficos con una pizarra de tamaño modesto. Fue un comienzo peculiar, con niños asomándose por la ventana y una banda escolar ensayando en las cercanías. Así comenzamos, enfrentando las adversidades con el entusiasmo y la visión de construir algo significativo.
Desde los inicios, Santo Tomás tuvo una vocación internacional, gracias a la visión de Gerardo Rocha Vera, quien promovía una mirada global en una época en la que esto era innovador. En 1993, participé en la creación de Icusta, el Consejo Internacional de Universidades en el Espíritu de Santo Tomás de Aquino, estableciendo conexiones con otras instituciones alrededor del mundo. Más adelante, en 2017, asumí el rol de director ejecutivo de esta red a nivel global.
La evolución de las instituciones de Santo Tomás ha sido espectacular. Desde los modestos comienzos en casas arrendadas, como Cepsa y Propam, hasta las actuales instalaciones y centros de educación superior, ha sido un viaje increíble. Este desarrollo se fundamenta en un sueño inspirador que busca la formación integral de la persona, convocando a individuos de diversos ámbitos con una visión profunda de la educación.
Mi trayectoria de 30 años a tiempo completo en Santo Tomás ha sido crucial para mi desarrollo personal y profesional. He tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, explorar diferentes regiones de Chile, contribuir con proyectos innovadores y establecer conexiones con instituciones de todo el mundo. Trabajar en Santo Tomás ha sido más que un empleo; ha sido un descubrimiento de mi verdadera vocación y la realización de proyectos formativos audaces y aplicados.
El sello distintivo de las instituciones Santo Tomás radica en sus valores, su enfoque formativo y la filosofía tomasina que coloca a la persona en el centro. Este sello se refleja en el ambiente, en el trato con los alumnos y en la estabilidad laboral de quienes formamos parte de esta comunidad. A lo largo de los años, he sido testigo de la adhesión y dedicación de muchos profesionales a este proyecto, destacando la importancia de la valoración integral de la persona y la autenticidad de los valores que guían a Santo Tomás.
Mi experiencia en Santo Tomás no solo ha sido una contribución al ámbito educativo, sino también una forja de mi proyecto familiar. La universidad me permitió encontrar mi verdadera vocación, bajar la filosofía a la realidad de las personas y participar activamente en el desarrollo de proyectos innovadores. La conexión entre la filosofía y la realidad cotidiana, así como el compromiso con la formación integral, han sido los pilares de mi experiencia en Santo Tomás.